martes, 10 de mayo de 2011

El discurso

Ando estos días ayudando a preparar un discurso para un tercero. Es un trabajito que me encargan cada año por estas fechas y que tiene una tendencia irracional a quedarse agazapado por alguna recóndita carpeta de asuntos pendientes. Hay mucho  miedo escénico,  pues aún  recuerdo la primera vez que al oír pronunciar mis palabras me sonrojé al constatar cómo en otra boca alcanzaban matices y tonos totalmente insospechados. Era lo mismo pero sonaba diferente, y me pareció que toda la sala se volvía hacia mi con mirada acusatoria.

Escuchar mis palabras me hizo ser consciente de la importancia de medirlas milimétricamente, de declarar como sospechosos los adjetivos y de poner directamente en cuarentena cualquier expresión con voluntad asertiva. Pero la lección definitiva me llegó a través de la tele, en un memorable capítulo de la serie El ala oeste de la Casa Blanca  en el que todo el gabinete del presidente se entrega durante varias semanas a elaborar el discurso sobre El Estado de la Nación. Durante esos días miembros del gabinete presidencial negocian con senadores, congresistas y lobbies cada adjetivo, cada promesa, cada valoración. Palabras aparentemente inocentes son motivo de reuniones maratonianas y de intensas negociaciones. Cuando el presidente hace su entrada en el Capitolio para pronunciar el discurso todo está bien sellado. Los fotógrafos y los medios se abalanzan sobre él, pero los artífices del discurso respiran tranquilos aún antes de empezar: han conseguido atar todas las palabras tan en corto que son ya inmunes a la interpretación.

 Toby Ziegler, un memorable jefe de gabinete
Wikipedia

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